Comentario
Lunes, 29 de octubre
Alzó las anclas de aquel puerto y navegó al Poniente para ir diz que a la ciudad donde le parecía que le decían los indios que estaba aquel rey. Una punta de la isla le salía al Norueste seis leguas de allí; otra punta le salía al Leste diez leguas. Andada otra legua, vió un río no tan grande de entrada, al cual puso nombre el río de la Luna. Anduvo hasta hora de vísperas. Vió otro río muy más grande que los otros, y así se lo dijeron por señas los indios, y cerca de él vió buenas poblaciones de casas; llamó al río el río de Mares. Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una de ellas un indio de los que traía, porque ya los entendían algo y mostraban estar contentos con los cristianos; de las cuales todos los hombres y mujeres y criaturas huyeron, desamparando las casas con todo lo que tenían; y mandó el Almirante que no se tocase en cosa. Las casas diz que eran ya más hermosas que las que había visto, y creía que cuanto más se allegase a la tierra firme serian mejores. Eran hechas a manera de alfaneques muy grandes, y parecían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá y de dentro muy barridas y limpias y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramos de palma, muy hermosos. Hallaron muchas estatuas en figura de mujeres y muchas cabezas en manera de carantona muy bien labradas; no sé si esto tienen por hermosura o adoran en ellas. Había perros que jamás ladraron. Había avecitas salvajes mansas por sus casas. Había maravillosos aderezos de redes y anzuelos y artificios de pescar. No le tocaron en cosa de ello. Creyó que todos los de la costa debían de ser pescadores que llevan el pescado la tierra dentro, porque aquella isla es muy grande y tan hermosa que no se hartaba de decir bien de ella. Dice que halló árboles y frutas de muy maravilloso sabor; y dice que debe haber vacas en ella y otros ganados, porque vió cabezas en hueso que le parecieron de vaca. Aves y pajaritos y el cantar de los grillos en toda la noche con que se holgaban todos. Los aires sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni caliente; mas por el camino de las otras islas aquella dice que hacía gran calor y allí no, salvo templado como en mayo. Atribuye el calor de las otras islas por ser muy llanas y por el viento que traían hasta allí ser Levante y por eso cálido. El agua de aquellos ríos era salada a la boca; no supieron de donde bebían los indios, aunque tenían en sus casas agua dulce. En este río podían los navíos voltejear para entrar y para salir; y tienen muy buenas señas o marcas; tienen siete u ocho brazas de fondo a la boca y dentro cinco. Toda aquella mar dice que le parece que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla, y el agua aparejada para criar perlas. Halló caracoles grandes, sin sabor, no como los de España. Señala la disposición del río y del puerto que arriba dijo y nombró San Salvador, que tiene sus montañas hermosas y altas como la Peña de los Enamorados, y una de ellas tiene encima otro montecillo a manera de una hermosa mezquita. Este otro río y puerto en que ahora estaba tiene de la parte del Sueste dos montañas así redondas, y de la parte del Cueste Norueste un hermoso cabo llano que sale fuera.
Martes, 30 de octubre
Salió del río de Mares al Norueste, y vió cabo lleno de palmas y púsole Cabo de Palmas, después de haber andado quince leguas. Los indios que iban en la carabela Pinta dijeron que detrás de aquel Cabo había un río, y del río a Cuba había cuatro jornadas, y dijo el Capitán de la Pinta que entendía que esta Cuba era ciudad y que aquella tierra era tierra firme muy grande, que va mucho al Norte y que el rey de aquella tierra tenía guerra con el Gran Can, al cual ellos llamaban Camy, y a su tierra o ciudad, Saba, y otros muchos nombres. Determinó el Almirante de llegar a aquel río y enviar un presente al rey de la tierra y enviarle la carta de los reyes, y para ella tenía un marinero, que había andado en Guinea en lo mismo, y ciertos indios de Guanahani que querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al parecer del Almirante, distaba de la línea equinoccial 42 grados hacia la banda del Norte, si no está corrupta la letra de donde trasladé esto; y dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que pensaba que estaba por allí o a la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que dice que es muy grande, según le fué dicho antes que partiese de España. Toda aquella tierra dice ser baja, y hermosa y honda la mar.
Miércoles, 31 de octubre
Toda la noche martes anduvo barloventeando, y vió un río donde no pudo entrar por ser baja la entrada, y pensaron los indios que pudieran entrar los navíos como entraban sus canoas. Y navegando adelante, halló un cabo que salía muy fuera y cercado de bajos, y vido una concha o bahía donde podían estar navíos pequeños; y no lo pudo encabalgar porque el viento se había tirado del todo al Norte y toda la costa se corría al Nornorueste y Sueste, y otro cabo que vió adelante le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mostraba de ventar recio se hubo de tornar al río de Mares.
Jueves, 1 de noviembre
En saliendo el Sol, envió el Almirante las barcas a tierra a las casas que allí estaban, y hallaron que era toda la gente huída; y desde a buen rato pareció un hombre y mandó el Almirante que lo dejasen asegurar, y volviéronse las barcas. Y después de comer tornó a enviar a tierra uno de los indios que llevaba, el cual desde lejos le dió voces diciendo que no tuviesen miedo porque eran buena gente y no hacían mal a nadie, ni eran del Gran Can, antes daban de lo suyo en muchas islas que habían estado; y echóse a nadar el indio y fue a tierra, y dos de los de allí lo tomaron de brazos y lleváronlo a una casa donde se informaron de él. Y como fueron ciertos que no se les había de hacer mal, se aseguraron y vinieron luego a los navíos más de diez y seis almadías o canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro, a que ellos llaman nucay. Y así en todo el día anduvieron y vinieron de tierra a los navíos, y fueron de los cristianos a tierra muy seguramente. El Almirante no vio a algunos de ellos, pero dice el Almirante que vió a uno de ellos un pedazo de plata labrado colgado a la nariz, que tuvo por señal que en la tierra había plata. Dijeron por señas que antes de tres días vendrían muchos mercaderes de la tierra adentro a comprar de las cosas que allí llevan los cristianos y darían nuevas del rey de aquella tierra, el cual, según se pudo entender por las señas que daban, que estaba de allí cuatro jornadas, porque ellos habían enviado muchos por toda la tierra a le hacer saber del Almirante. "Esta gente, dice el Almirante, es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca; que hasta hoy a aquestos que traigo no he visto hacer ninguna oración, antes dicen la Salve y el Ave María con las manos al Cielo como le amuestran, y hacen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos amigos, y creo que sean todas estas islas, y que tengan guerra con el Gran Can, a que ellos llaman Cavila y a la Provincia Bafan. Y así andan también desnudos como los otros". Esto dice el Almirante. El río dice que es muy hondo, y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo hasta tierra; no llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy dulce. "Y es cierto, dice el Almirante, que esta es la tierra firme, y que estoy, dice él, ante Zayto y Quinsay cien leguas poco más o poco menos lejos de lo uno y de lo otro, y bien se demuestra por la mar que viene de otra suerte que hasta aquí no ha venido, y ayer que iba al Norueste hallé que hacía frío.
Viernes, 2 de noviembre
Acordó el Almirante enviar dos hombres españoles: el uno se llamaba Rodrigo de Xerez, que vivía en Ayamonte, y el otro era Luis de Torres, que había vivido con el Adelantado de Murcia y había sido judío, y sabía dice que hebraico y caldeo y aun algo arábigo; y con estos envió dos indios: uno de los que consigo traía de Guanahani, y el otro de aquellas casas que en el río estaban poblados. Dióles sartas de cuentas para comprar de comer si les faltaba, y seis días de término para que volviesen. Dióles muestras de especería para ver si alguna de ellas topasen. Dióles instrucción de como habían de preguntar por el rey de aquella tierra y lo que le habían de hablar de parte de los Reyes de Castilla, cómo enviaban al Almirante para que les diese de su parte sus cartas y un presente y para saber de su estado y cobrar amistad con él, y favorecerle en lo que hubiese de ellos menester, etc., y que supiesen de ciertas provincias y puertos y ríos de que el Almirante tenía noticia y cuanto distaban de allí, etc. Aquí tomó el Almirante la altura con un cuadrante esta noche, y halló que estaba 42 grados de la línea equinocial, y dice que por su cuenta halló que había andado desde la isla del Hierro mil y ciento y cuarenta y dos leguas, y todavía afirma que aquella es tierra firme.
Sábado, 3 de noviembre
En la mañana entró en la barca el Almirante, y porque hace el río en la boca un gran lago, el cual hace un singularísimo puerto muy hondo y limpio de piedras, muy buena playa para poner navíos a monte y mucha leña, entró por el río arriba hasta llegar al agua dulce, que seria cerca de dos leguas, y subió en un montecillo por descubrir algo de la tierra, y no pudo ver nada por las grandes arboledas, las cuales [eran] muy frescas, odoríferas, por lo cual dice no tener duda que no haya hierbas aromáticas. Dice que todo era tan hermoso lo que veía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza y los cantos de las aves y pajaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los navíos a rescatar cosas de algodón hilado y redes en que dormían, que son hamacas.
Domingo, 4 de noviembre
Luego, en amaneciendo, entró el Almirante en la barca y salió a tierra a cazar de las aves que el día antes había visto. Después de vuelto, vino a él Martín Alonso Pinzón con dos pedazos de canela, y dijo que un portugués que tenía en su navío había visto a un indio que traía dos manojos de ella grandes, pero que no se la osó rescatar por la pena que el Almirante tenía puesta que nadie rescatase. Decía mas: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nuezes. El contramaestre de la Pinta dijo que había hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego allá y halló que no eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y pimienta --parece que de la que llevaba de Castilla para muestra-- y conociéronla, dice que, y dijeron por senas que cerca de allí había mucho de aquello al camino del Sudeste. Mostróles oro y perlas y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaban Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también perlas. Entendió más, que decían que había naos grandes y mercaderías, y todo esto era al Sueste. Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres, y que en tomando uno lo degollaban y le bebían la sangre y le cortaban su natura. Determinó de volver a la nao el Almirante a esperar los dos hombres que habían enviado, para determinar de partirse a buscar aquellas tierras, si no trajesen aquéllos alguna buena nueva de lo que deseaban. Dice más el Almirante: "esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles, ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tiene sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas de las nuestras, y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo lo haya para coger, porque vi los capullos abiertos y otros que se abrían y flores, todo en un árbol, y otras mil maneras de frutas que no me es posible escribir, y todo debe ser cosa provechosa". Todo esto dice el Almirante.